
En plena era digital, la elección del nuevo pontífice sigue marcada por una señal ancestral que se eleva al cielo romano mientras el mundo observa, esperando una respuesta que no llega en notificaciones sino en ceniza

Redacción EL ARGENTINO
En el corazón de un mundo que exige inmediatez, donde la información se despacha en segundos y los ojos se multiplican en miles de cámaras y pantallas, el Vaticano anuncia la elección de su nuevo Papa como hace cien años: con humo. No hay pantallas LED, ni notificaciones push, ni tuits en vivo desde la Capilla Sixtina. Solo una chimenea estrecha, un silencio sellado por el juramento, y un lenguaje arcaico que se eleva al cielo romano como un susurro antiguo: blanco, sí; negro, no.
La fumata blanca, tan simbólica como funcional, nació de una necesidad concreta: hacer saber al pueblo si había o no acuerdo. Al principio, las papeletas de votación se quemaban solas. Pero el humo resultaba ambiguo, grisáceo. El caso más célebre fue en 1958: durante el cónclave que eligió a Juan XXIII, una columna de humo confusa hizo que muchos creyeran que había Papa. No era así. La decepción fue general. La Santa Sede, que domina el arte de los símbolos, entendió el mensaje. Desde entonces, dos estufas separadas y productos químicos garantizan la claridad: una para las papeletas, otra para teñir el humo de blanco o negro.
Pero lo que más impacta hoy, en 2025, no es sólo el color del humo. Es el contraste. En una época donde los cardenales tienen cuentas de Instagram, donde cada rostro es reconocido por software biométrico, donde todo lo que se dice puede ser replicado en segundos, el Vaticano opta por el aislamiento total. Silencio jurado bajo pena de excomunión. Vigilancia de cables y sensores. Cortes de red deliberados. Cámaras apagadas en los Museos Vaticanos. Una renuncia voluntaria al siglo XXI durante unos días sagrados.
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