Por Carlos Riera
Vamos a remontarnos a 1986. Más precisamente al viernes 4 de julio. Mientras en los Estados Unidos se preparaban para los festejos por un nuevo aniversario de su independencia, en la Argentina ocurría por esos días uno de los hechos más importantes de aquel año: la Selección Argentina de Maradona y Bilardo había regresado al país tras conseguir la segunda estrella en el Mundial de México. Burruchaga, autor del gol de la victoria ante Alemania, había vuelto como un héroe a su Gualeguay natal junto a Néstor Clausen.
En el Congreso de la Nación se solicitaba una sesión especial para debatir el proyecto de divorcio vincular para modificar lo que hasta ese momento era la “actual Ley de Matrimonio Civil”.
Era época de Australes, la moneda que tenía la Argentina bajo el gobierno de Ricardo Alfonsín, que sobrevivió hasta el 31 de diciembre de 1991, cuando Carlos Menem puso en marcha el Plan de Convertibilidad, orquestado por su ministro de Economía, Domingo Cavallo.
En Gualeguaychú también se vivían tiempos de cambios. Manuel Alarcón había lanzado su precandidatura a Intendente por la Línea Interna del Movimiento de Unidad y Renovación Peronista (MURP). Había llegado a la ciudad el nuevo refuerzo norteamericano para Racing Club. Luego de unos inconvenientes con los vuelos aéreos que había en el país, finalmente había arribado Marvin Asa Stevens: un joven de 23 años, oriundo de Ohio, que jugaba de ayuda base y llegaba para reforzar el equipo de Jesús Legaria por la Liguilla Entrerriana.
En lo gremial, había problemas con los empleados municipales, en el Frigorífico Gualeguaychú y con el extinto Banco Mesopotámico, que tenía su sede en el actual edificio de la Cooperativa Eléctrica de calle 25 de Mayo. Su desaparición ya era casi un hecho y la confirmación llegó a mediados de ese mes, cuando el Banco Central de la República Argentina dispuso su liquidación. El recordado Osvaldo Delmonte era el secretario General de la Asociación Bancaria de Gualeguaychú y en los medios de aquel momento defendía a los trabajadores: “Los empleados no son responsables”.
Comisión de servicio
Era pleno invierno. De esos inviernos que ya no hay. Esas heladas que penetran la piel y se mantienen durante todo el día. De esas mañanas blancas, que por mas esfuerzos que realice febo, poco éxito tiene. Así estaba el día ese viernes 4 de julio que cayó el avión de Gendarmería.
Pocos son los que se acuerdan y algunos ni saben que esto sucedió en plena ciudad de Gualeguaychú, aunque en ese tiempo, el lugar donde se precipitó el avión “Pipper Navajo Pa-31” quedaba casi en las afueras, sobre el oeste, en la parte trasera del Hogar de Niñas.
Tenía siete años cuando fui a observar los restos de aquel tremendo accidente del que todo Gualeguaychú hablaba. Para ese momento ya no estaba el avión, seguramente porque se habría dispuesto el traslado del fuselaje a Buenos Aires y todo lo demás que sirviera para determinar las causas, pero habían quedado los vestigios de lo que había sucedido y para los ojos de un niño hay cosas que no se olvidan: los juguetes y las cajas de “Garotos”.
En esa aeronave viajaba el N° 1 a nivel nacional de Gendarmería Nacional. Se trataba del comandante General Arturo Lopetegui. Pero no venía solo. Lo acompañaban otros miembros de la plana mayor de la fuerza: estaba su ayudante, comandante Oscar Honorio Exequiel Cuadra, el director de Inteligencia, comandante general José Luis Casajus, y el subdirector de Policía de la Dirección de Operaciones, comandante mayor Nelson Jorge Block. Como parte de la tripulación estaba el piloto y comandante Félix Franco Arpires, el copiloto y primer alférez Adrián Adelqui Bernoca y el mecánico de vuelo, suboficial principal Ricardo Celino Sánchez.
En ese momento se tejió cierto halo de misterio respecto de dónde venían, qué les había ocurrido, pero nunca nada fundado: solo conjeturas o sospechas sin sentido. Porque Gendarmería Nacional informó rápidamente que se trataba de una “comisión de servicio” que retornaba a Buenos Aires, desde la ciudad correntina de Paso de los Libres.
¿Qué fue lo que sucedió?
Según los registros de esa época, esa mañana de viernes amaneció bajo “un denso manto de niebla” que dificultaba la visibilidad y transcurridas las primeras horas de la tragedia, se creía que esa podría haber sido la causa del accidente. Pero con el correr de las horas fue tomando fuerza otra de las teorías: se habían quedado sin combustible y la aeronave se precipitó a tierra.
Lo que reforzaba esa hipótesis fue que el avión no explotó al caer. “La máquina fue perdiendo altura, hasta que alrededor de las 11.15, el piloto Arpires no pudo evitar atropellar la antena de radio de Rutalnor, y al perder totalmente el dominio de la máquina, ésta enfiló hacia la parte trasera del Instituto José León Torres para ir a estrellarse contra un enorme ejemplar de eucalipto, al que partió al medio. Es allí donde el avión quedó literalmente desintegrado”, dice la información de EL ARGENTINO del sábado 5 de julio.
Si bien han transcurrido casi 40 años y la ciudad ha modificado su fisonomía, este sector oeste donde ocurrió la tragedia no ha cambiado tanto. El lugar exacto donde cayó el avión es sobre calle San Martín, en la parte trasera de la actual escuela María América Barbosa, donde antiguamente funcionó el edificio del Hogar José León Torres, que posteriormente se mudó a la esquina de Urquiza y Hermanas Mercedarias. Sobre San Martín, en ese momento no había más que una larga hilera de eucaliptos, y el predio de Tenis del Sol que funciona hasta la actualidad. La actividad comercial estaba centrada sobre calle Urquiza y en sus alrededores se levantaban los barrios CASVAC y General Ramírez.
El panorama que había dejado el accidente era desolador. Uno de los motores estaba debajo de un eucaliptus, la otra parte de la máquina incrustada sobre otro, a unos cuatro o cinco metros de altura; el resto de la cabina estaba sobre la calle que conduce al barrio 348; y otras partes de la máquina diseminadas por todos lados. “Y en otro lugar del campito, como un cruel muestrario de ironía, podían verse algunas cajas de bombones, caramelos, prendas de vestir aparentemente para regalo, etc”, enuncia EL ARGENTINO de aquel sábado.
Lo que se decía en la calle era que el avión había intentado aterrizar en el Aeroclub de Gualeguaychú cuando se confirmó que el combustible no era el suficiente para llegar hasta Buenos Aires, pero como las condiciones climáticas eran adversas, la aeronave quedó sobrevolando la zona hasta que se precipitó a tierra. En su intento por un aterrizaje de emergencia, el piloto perdió el rumbo a causa de la niebla y al perder altura, chocó contra la antena de radio que funcionaba en la famosa concesionaria de autos ubicada en Urquiza y Nágera, que finalmente fue lo que le hizo perder el control total al piloto.
El impacto había sido tremendo, por lo que eran pocas las esperanzas de encontrar con vida a sus ocupantes. Lopetegui, Casajus, Block y Cuadra murieron en el acto. Casualmente, los miembros de la tripulación: Arpires, Bernoca y Sánchez habían quedado con vida, aunque muy mal heridos, y fueron trasladados al Hospital Centenario.
Ese mismo viernes 4 de julio, pero por la tarde, un avión de la Fuerza Aérea llevó los cuerpos de los gendarmes fallecidos a Buenos Aires. Con la presencia del presidente Raúl Alfonsín y parte de su gabinete, fueron velados en el edificio Centinela e inhumados en el Cementerio de Chacarita. Mientras tanto, los sobrevivientes permanecieron en Gualeguaychú ante la imposibilidad de traslado, debido a la gravedad que presentaban.
Un médico de Gendarmería Nacional viajó hasta Gualeguaychú y siguió de cerca la evolución para decidir sobre si era necesario llevarlos a Buenos Aires. Para el sábado por la tarde, la situación para Ricardo Celino Sánchez y Adrián Adelqui Bernoca parecía mejorar. Habían mostrado una buena evolución, mientras que el piloto Arpires todavía no había recuperado el conocimiento. Finalmente, ese mismo día por la noche y de forma aérea, se los derivó al Hospital Militar Central “Cosme Argerich”.
Casi en forma simultánea, también arribó a la ciudad la comisión de Investigación de la Fuerza Aérea, a cargo de un vicecomodoro de apellido Walter y un capitán González, que junto a otros expertos comenzaron con las tareas de investigación para tratar de determinar las causas.
Finalmente, el 14 de julio de 1986 se confirmó la muerte del suboficial principal Ricardo Celino Sánchez, durante su estadía en el Hospital Militar en Buenos Aires, y de esta forma fueron cinco las víctimas fatales por las cuales en el año 2002 se instituyó a nivel nacional el 4 de julio de cada año, como el “Día del Gendarme Fallecido en Acto de Servicio”.
En el lugar donde cayó el avión ya no hay nada. Luego de ocurrido el accidente se construyó un monolito en memoria de los gendarmes fallecidos. Había sido levantado meses después por los familiares y la propia Gendarmería Nacional, con mármol y placas de bronce, pero con el paso del tiempo esas placas fueron desapareciendo y el lugar destruido, hasta su extinción total en 2015. Hoy, cada 4 de julio, el personal del Escuadrón 56 los recuerda con una ceremonia en el Panteón de Gendarmería Nacional, en el Cementerio Norte de Gualeguaychú.