Redacción EL ARGENTINO
En un tiempo marcado por guerras y masacres impunes —desde Ucrania hasta Gaza y Sudán—, la llamada “Idea de Núremberg” muestra grietas profundas.
Núremberg fue un hito
El jurista Philippe Sands advierte que, para quienes sufren los horrores actuales, el derecho internacional “no ha hecho mucho”. Aunque reconoce que el sistema aún está en su infancia, recuerda que Núremberg fue un hito: por primera vez, altos cargos de un Estado fueron juzgados por crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. El tribunal, organizado por Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido y Francia, dictó 13 condenas a muerte y varias penas de prisión, sentando un precedente histórico.
Tras aquellos juicios, la ONU aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Convención contra el Genocidio. Décadas más tarde, los tribunales de Ruanda y los Balcanes reactivaron la justicia internacional, en lo que se consideró su “edad de oro”. Sin embargo, los desequilibrios persisten: las potencias vencedoras nunca fueron juzgadas por sus propios crímenes, y hoy líderes como Vladimir Putin o Benjamin Netanyahu son buscados por la Corte Penal Internacional sin perspectivas reales de comparecer.
La justicia internacional, aunque imperfecta, genera efectos
Sands recuerda que incluso Augusto Pinochet creyó estar a salvo hasta su detención en Londres en 1998, prueba de que la justicia internacional, aunque imperfecta, genera efectos. Para sobrevivientes como Thomas Buergenthal, de Auschwitz, la existencia de una convención contra el genocidio habría dado esperanza en medio del horror. Esa esperanza, sostiene, es más importante que cualquier sentencia.
Ochenta años después, la sala 600 sigue siendo símbolo de un ideal en crisis. Como señala Gurgen Petrossian, “el derecho internacional siempre ha estado en crisis”, pero la Idea de Núremberg —que nadie está por encima de la ley— continúa siendo un faro, aun en tiempos de impunidad.